Un amigo muy excitado, me contó que su amigo el filósofo, estaba otra vez en Buenos Aires. Automaticamente me imagine a un chabon con aspecto de rata de biblioteca y anteojos con cristales de culo de botella. En su lugar se presentó un pibe normal, calzando All Star color verde, mas parecido a un estudiante que a un graduado.
Pronto, este amigo de mi amigo, comenzó a defraudar a todos aquellos que lo querían en el living de su casa, comunicando la verdad. Lo veían irresponsable, caprichoso y embarazosamente aficionado a un raro tabaco que huele como el demonio en ambientes cerrados.
Esto ocurría allá, en los lejanos ochenta, donde Alejandro Rozitchner andaba por los veinte y pico. En aquel momento, la única verdad que tenía a mano, era la de su juventud y la sospecha que no debía perdersela. No obstante podía verselo con libros de sabiduría bajo su brazo. Libros de autores que en esa época a mi no me decían nada.
Estaba Foucault, Derrida, Boudrillard y algunos más cuyos nombres ya no recuerdo. Infaltable alguno de Nietzche e infaltables también aquellos que se denominaban de "Auto ayuda y superación". En sus manos se veían algo bizarros. Se esperaba de él, sesudas lecturas que te perforaran la cabeza (aunque no se entendiera una goma)y no esos textos donde Megan, luego de treinta años como obesa mórbida, se mirara al espejo y se dijera triunfante a si misma: Eres un ser bueno y luminoso que merece ser amado.
Luego de años de oír hablar mal de aquellos libros. El joven Rozitchner, fue el primero al que escuche reivindicarlos y teorizar acerca de ellos como instrumentos para la búsqueda de la satisfacción personal.
Muchos años después, un amigo discapacitado (era militante del PC), dijo mesiánico: Alejandro Rozitchner es un filósofo de Barrio Norte. Mi amigo asumía que la satisfacción personal, distraía a las personas del objetivo revolucionario; única satisfacción posible. El ser feliz era un obsesión burguesa. Cualquiera que colaborase con ello, se convertía automaticamente, en traidor al pueblo.
Supe años mas tarde, que mi amigo discapacitado, andaba por ahí solo, sin su familia y aun cargando su mochila de dolor ideológico. Su vida hubiera sido mucho mejor sin las cargas inconscientes que lo llevaron a abrazar la causa del no ser uno mismo. Su caso es el ejemplo mas nítido con que cuento para ilustrar lo pernicioso que suelen ser las ideologías. Le debo en parte a Rozitchner hijo, el sentido de muchas de mis ideas actuales. Lo considero un filósofo del día a día, expresión que remite a la cosa cotidiana e intrascendente, pero que en el fondo es el verdadero lugar donde transcurre la vida.
El día a día no es ninguna pavada. Dentro de sus limites transcurre el ser. Allí conviven la elección del menú para el almuerzo, junto al deseo de lo que quisiera estar haciendo dentro de diez años. Es el campo de batalla entre estar sano o neurótico, alienado o en control.
No se me ocurre mejor pensador de estas cosas que Alejandro. Lo aleja de la academia, pero lo acerca a la realidad y por consiguiente se vuelve útil. Su prosa es altamente adictiva , precisa y estimulante para comunicar este fenómeno.
Pronto, este amigo de mi amigo, comenzó a defraudar a todos aquellos que lo querían en el living de su casa, comunicando la verdad. Lo veían irresponsable, caprichoso y embarazosamente aficionado a un raro tabaco que huele como el demonio en ambientes cerrados.
Esto ocurría allá, en los lejanos ochenta, donde Alejandro Rozitchner andaba por los veinte y pico. En aquel momento, la única verdad que tenía a mano, era la de su juventud y la sospecha que no debía perdersela. No obstante podía verselo con libros de sabiduría bajo su brazo. Libros de autores que en esa época a mi no me decían nada.
Estaba Foucault, Derrida, Boudrillard y algunos más cuyos nombres ya no recuerdo. Infaltable alguno de Nietzche e infaltables también aquellos que se denominaban de "Auto ayuda y superación". En sus manos se veían algo bizarros. Se esperaba de él, sesudas lecturas que te perforaran la cabeza (aunque no se entendiera una goma)y no esos textos donde Megan, luego de treinta años como obesa mórbida, se mirara al espejo y se dijera triunfante a si misma: Eres un ser bueno y luminoso que merece ser amado.
Luego de años de oír hablar mal de aquellos libros. El joven Rozitchner, fue el primero al que escuche reivindicarlos y teorizar acerca de ellos como instrumentos para la búsqueda de la satisfacción personal.
Muchos años después, un amigo discapacitado (era militante del PC), dijo mesiánico: Alejandro Rozitchner es un filósofo de Barrio Norte. Mi amigo asumía que la satisfacción personal, distraía a las personas del objetivo revolucionario; única satisfacción posible. El ser feliz era un obsesión burguesa. Cualquiera que colaborase con ello, se convertía automaticamente, en traidor al pueblo.
Supe años mas tarde, que mi amigo discapacitado, andaba por ahí solo, sin su familia y aun cargando su mochila de dolor ideológico. Su vida hubiera sido mucho mejor sin las cargas inconscientes que lo llevaron a abrazar la causa del no ser uno mismo. Su caso es el ejemplo mas nítido con que cuento para ilustrar lo pernicioso que suelen ser las ideologías. Le debo en parte a Rozitchner hijo, el sentido de muchas de mis ideas actuales. Lo considero un filósofo del día a día, expresión que remite a la cosa cotidiana e intrascendente, pero que en el fondo es el verdadero lugar donde transcurre la vida.
El día a día no es ninguna pavada. Dentro de sus limites transcurre el ser. Allí conviven la elección del menú para el almuerzo, junto al deseo de lo que quisiera estar haciendo dentro de diez años. Es el campo de batalla entre estar sano o neurótico, alienado o en control.
No se me ocurre mejor pensador de estas cosas que Alejandro. Lo aleja de la academia, pero lo acerca a la realidad y por consiguiente se vuelve útil. Su prosa es altamente adictiva , precisa y estimulante para comunicar este fenómeno.
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