miércoles, 3 de octubre de 2012

El síndrome de la camisa negra



Tengo la camisa negra, cantaba juanes y por ello tuvo cierto cortocircuito semántico con alguna organización política Italiana que veía (no, oía), a su tema; como una provocación fascista.

Por alguna misteriosa razón, las camisas negras hieren todavía la susceptibilidad de algunas personas que siguen viendola como un símbolo del salvaje régimen fascista de Benito Mussolini. No importa que ya nadie lo recuerde. Y quizás ni siquiera importe que esa clase de fascismo ya nunca pueda ser posible. Lo único importante parece ser la significación; aunque la misma resulte absurda.

El sentido común podría decirnos que se trata de una práctica algo imbécil. Pero en el fondo, tal comportamiento dista mucho de ser una imbecilidad. Es algo bastante poderoso; es: Producción de sentido.

El mirar "entrelineas" es una práctica de interpretación que suele resultar valiosa para inferir una verdad. Como toda verdad; su valía depende solo de la calidad de sus premisas. Pero no siempre podemos estar seguros de que tales premisas sean verdaderas y suele ser común que alguna falsedad nos encuentre desprevenido y siembre en nuestro cuerpo de creencias, la semilla de una idea construida con argumentos falsos.

Las peores atrocidades de la humanidad; suelen ser el material perfecto para esta clase de producción de sentido. Benito Mussolini, Adolf Hitler, la muerte de 6 millones de judíos a manos de los nazis, la dictadura militar argentina, para nombrar algunas, tienen en común el hecho de que alrededor de ellas orbita cierto prejuicio que las define automáticamente y NO SE PUEDE VER MAS ALLA DE LO QUE REPRESENTAN. Hilar más fino choca rápidamente con la barrera del prejuicio y la inmensa dinámica humana que puso a funcionar semejantes barbaridades; nunca puede ser interrogado.

Existe cierta administración de estos productos de sentido. Pueden incluso  cobrar dimensiones sagradas. Un buen ejemplo de ello; es en la Argentina el tema de los desaparecidos, que dio pie a que Las Madres de Plaza de Mayo, cobraran dimensiones míticas.  No importa para algunos el inmenso derrape que dicha organización tuvo cuando se descubrieron asociada a ella, graves delitos de corrupción. Su valor como símbolo contra la opresión, valen mas que unos cuantos millones birlados a las cuentas públicas. Suponer que las dolidas madres, recuperadas de su luto, se encontraron de pronto en posesión de un valiosísimo instrumento de significado; suena a herejía. Bien se sabe que la divinidad no se objeta, para los que creen y se produce, para quienes la poseen.

El kirchnerismo busca también inyectar su cuota de producción de sentido, apelando a verdades construidas con argumentos falsos. Una muy interesante la produjo, Pablo Feyman, el filósofo argentino que ha escrito sobre Néstor Kirchner y su saga, insuflándole a la fabulación, la falsa verdad apañada por su solida formación académica. Dijo en una entrevista de radio, que el odio manifestado hacia la Presidenta Cristina Kirchner, obedecía más a la envidia que a la situación social.

Pablo Feyman es un profesional de las ideas, y aunque cueste, hay que definirlo como un intelectual. Su formación, su experiencia como docente y su producción de textos, lo avalan para jugar en la liga de un pensador profesional. Pero llama la atención, el escaso vuelo de su opinión, es evidente que el hombre no tuvo tiempo para organizar un discurso más coherente y le salió a las apuradas, una "significación entre líneas".

Batir la cacerola porque no se puede ser tan brillante como Cristina Kirchner, es el típico ejemplo de una argumentación falaz, que se aferra desesperadamente a alguna clase de verdad. Remite al psicoanálisis, donde uno es prisionero de un inconsciente al cual solo el analista puede develar. A cuanta más profundidad en la manifestación de la personalidad, mas se manifiesta el ello, el cual siempre transforma su configuración construida con trozos de traumas, en lógicas que disimulan sus reales intenciones. El inconsciente juega a las escondidas, se divierte travistiéndose.

El astuto Feyman busca clavar un pequeño aguijón envenenado, apelando al concepto del prisionero del ser. Busca proteger a su empleadora respetando cabalmente la lógica Kirchnerista: Los problemas jamás están adentro. Siempre vienen de afuera.

Extraña fusión se da entre la teoría psicoanalítica y la izquierda. Muchos intelectuales le han echado mano para validar su concepto del mundo. La izquierda tiene ese gran defecto de querer reducirlo todo a su intermediación, a organizar la realidad en un cubículo rectangular donde lo que se elimina es al individuo. Si este no es más que un prisionero del ser, un mero cuerpo ejecutante de fantasías irracionales, entonces su opinión, obviamente no vale nada.

Es el síndrome de la camisa negra. Una canción de amor devenida en discurso político gracias a la explotación de la interpretación. Hay que tenerle respeto. Nada hay mas efectivo para coaccionar la libertad, que desactivar la valía de las ideas personales insuflándole verdades, de dudosa calidad.






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